jueves, 24 de abril de 2025

Reflexión sobre la violencia de género y su persistencia

Hablar de violencia de género en Ecuador no es solo referirse a cifras, leyes o políticas públicas; es hablar de vidas marcadas, de silencios forzados, de miedos normalizados. A pesar de los avances normativos y del creciente activismo por los derechos de las mujeres, la violencia de género sigue siendo una realidad cotidiana. ¿Por qué se sigue perpetuando?

Porque sigue viva una cultura patriarcal que justifica, minimiza o invisibiliza la agresión. Porque muchos todavía creen que amar es controlar, que ser pareja es poseer, que el silencio es respeto. Porque se educa en roles rígidos, que le dicen a las niñas que callar es ser "educadas" y a los niños que mandar es "ser hombres".

La violencia no empieza con el golpe, empieza con la palabra que humilla, con la burla que inferioriza, con el control disfrazado de "cuidado". Y si no se rompe ese ciclo desde la educación, desde las familias, desde los medios, desde el Estado, seguirá reproduciéndose como una herencia no deseada que pasa de generación en generación.

La lucha contra la violencia de género no es solo tarea de las mujeres. Es un compromiso colectivo, una responsabilidad ética y social que exige mirar de frente nuestras prácticas cotidianas, nuestras omisiones y nuestros privilegios.

La violencia contra las mujeres no es un problema privado, ni de unas cuantas. Es un problema social. Se sigue perpetuando porque durante generaciones se ha enseñado que el hombre tiene derecho a mandar, a imponer, a controlar. Y eso no es así. Ser hombre no significa tener poder sobre nadie. Ser hombre de verdad significa saber respetar, cuidar, compartir y, sobre todo, escuchar.

Yo, como hombre, también tengo una responsabilidad: desaprender esas ideas equivocadas con las que muchos fuimos criados, y ser parte del cambio. Porque no basta con no ser violento; hay que ser aliados en la lucha por una vida libre de violencia.

Solo podremos hablar de un país justo cuando ninguna mujer tema volver sola a casa, cuando ninguna niña crezca pensando que el amor duele, cuando los derechos de las mujeres no sean promesas, sino realidades vividas en cada rincón del Ecuador.

Las mujeres merecen vivir sin miedo, con dignidad, con oportunidades. Y merecen que su voz sea escuchada, valorada y respetada. Este no es solo un mensaje de reflexión, es un compromiso. Sigamos trabajando juntos y juntas, para que cada acción que se haga siga siendo símbolo de resistencia, de identidad y también de libertad. 

Mgs. Joel Cañarte Siguencia, Psic. 

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